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quinta-feira, 22 de julho de 2010

Criar ou Malcriar?

Interessante artigo de Diana Rabinovich, publicado por Mila Dosso no Jornal argentino Diario do Norte, reflete sobre a função dos pais na educação de seus filhos na sociedade atual. Ela analisa quais são os grandes obstáculos no exercício de suas funções que produzem nos pais uma destituição de seus lugares, além de muita culpa.
Atualmente, os pais transferem suas funções para a Escola, os legisladores que determinam se deve ou não dar uma palmada, gritar, colocar de castigo, proibir brincadeira e os acessos aos bens culturais. Com isso a sociedade apenas ensina para suas crianças que seus pais não tem condições de lhes oferecer nenhuma segurança, nenhuma amarração simbólica, suas heranças estão prejudicadas, desqualificadas e sem valor. Nenhuma figura de autoridade representativa das Leis simbólicas são merecedoras de atenção, respeito e muito menos admiração. Estamos em um momento complexo e repleto de menacismos de coisificação. Onde estão nossos sujeitos?
Boa leitura e reflexão!
"Nos dijo la directora que si sigue como el año pasado lo tengo que cambiar de escuela. Tiene malas notas, contesta mal, no presta atención”. “Pasa todo el día con la tele o la computadora. No lo puedo sacar”. “Es muy agresivo, tiene 9 años y se pelea con todo el mundo”. “No acepta la ropa que le quiero poner, no le puedo hacer tomar los remedios, si no hago la comida que él quiere no come”. “Apenas tiene 13 años y todo el día anda en la calle” “Si yo a los 5 años hacía eso me mataban”.

¿Por qué a los padres les cuesta tanto educar a sus hijos, ponerles límites?
Tradicionalmente el manejo de la autoridad en el núcleo familiar ha sido autocrático. Los padres imponían las normas, corregían, castigaban y premiaban. Ni el poder ni la autoridad se compartían con los hijos y era el papá, en definitiva, quien tenía la última palabra, porque en él residía la responsabilidad socioeconómica y moral de la familia. Creían en la naturaleza didáctica del rigor. Ejercían la autoridad incluso con dureza ante la idea de que nada era más provechoso que ‘un buen cachetazo a tiempo’, y enfrentaban los reproches filiales con un rotundo ‘ya me lo vas a agradecer’.
Los padres de hoy, en cambio, se retuercen de culpa ante cada ‘no’ o cada ‘basta’ y sienten pánico de que el futuro pase facturas. Les espanta parecerse a ciertos padres de antes y está bien. Pero al definir nuestro rol sólo por oposición, nos vamos al extremo del ‘sí’ fácil. Y eso también se paga. Décadas de tolerancia en la crianza de los hijos, aplicadas por padres culposos, generaron niños con grandes dificultades para asumir responsabilidades, respetar
límites o demostrar respeto por los demás.
El problema no es que el sistema que funcionó durante décadas se haya resquebrajado o dejado de funcionar. El problema, según los que saben, es que aún no se ha reemplazado ese modelo por otro en el que los chicos asuman responsabilidades e incorporen normas familiares de otro modo. Desde esta óptica y en algunos aspectos, la equiparación de roles entre el papá y la mamá en el seno familiar no parece haber sido del todo beneficiosa. La mamá siempre fue asimilada a ‘lo calentito’ del hogar, la que aportaba la calidez, la contención y hasta cierta complicidad. El padre, a la voz categórica y definitiva, sin discusiones. Hoy, al tener tantos roles, la madre perdió su histórica función, y eso no sólo está complicando las identificaciones sino que los hijos no tienen muy claro cuál es el papel de cada uno de los padres y en quién reside la autoridad.
¿Criar o malcriar?
Los especialistas aseguran que los límites son fundamentales para que el chico pueda incorporar una protección. “Dejar que un hijo crezca con absoluta libertad no es criar sino malcriar”, afirman. La crianza tiene que ver con una limitación, y no poner límites es dejar al chico a expensas de buscar sus propias limitaciones. Los límites son los valores, reglas y normas, en los cuales cada ser humano estructura su personalidad. Son parámetros conductuales aprendidos que rigen el comportamiento e indican si es adecuado o no. Los padres tienen que balancear entre fomentar la confianza y la autonomía de sus hijos y enseñarles que el mundo puede ser un lugar peligroso e inseguro.
Pero en ocasiones algunos papás dan demasiada libertad en cuestiones no muy apropiadas o demasiados privilegios antes de que los niños o adolescentes estén adecuadamente preparados para ello; por otro lado, otros mantienen un control demasiado rígido con los hijos negándoles las oportunidades para madurar y aprender a tomar decisiones por sí mismos, y a aceptar las consecuencias.
Cuando los chicos provocan o se portan mal, están pidiendo desesperadamente alguna autoridad que les quite la responsabilidad de autolimitarse. Nos guste o no somos limitados, no somos omnipotentes. Y aprender eso desde pequeños puede ayudarnos de adultos. La realidad no es tan manipulable como los chicos imaginan desde su pensamiento mágico y egocéntrico. Por eso hay que enseñarles a aceptar un no, a entender que no todo saldrá
siempre como lo desea, que no siempre va a lograr lo que se propone.
De esta manera va a desarrollar tolerancia a la frustración, un rasgo fundamental de la personalidad adulta. Así, cuando un papá o una mamá dicen ‘eso no’, ‘basta’ o ‘no hay más’ están funcionando como representantes de lo real para ese hijo: le están adelantando situaciones que tarde o temprano deberá experimentar. Lo están ayudando a crecer. No hay recetas.
No se trata de andar a los gritos ni a los golpes. Basta con decir no y sostenerlo. Basta con bancarse, por un rato, ser ‘el malo de la película’. En algunos casos hay también, por parte de los padres, un exceso de explicaciones: hay razones que tienen que ver nada más que con el “porque yo lo digo”, es decir, con que uno es el adulto y decide, sin ninguna otra razón o explicación. Sin embargo, los adultos de hoy explican tanto el “porque no” que parece que estuviesen pidiendo disculpas, que no estuvieran seguros de lo que hacen y dicen, lo cual es también nocivo para los chicos.
Otro enemigo recurrente de los límites es el consumo. Muchos padres silencian las demandas de los hijos con objetos y regalos: “si te bañás te compro algo”, “si hacés los deberes te llevo al cine”. De esta manera, se entra en una negociación permanente con el chico, lo cual lo va a convertir en un transgresor, porque no incorpora la norma
sino la negociación.
Pero sea por comodidad, sea por confusión, los padres de hoy huyen despavoridos de la posibilidad de poner límites. No es fácil. Los hijos le devuelven a los padres un espejo de lo que hicieron, de lo que hacen. Lo que hace un chico suele hablar de los grandes que lo rodean. De modo que prestemos atención cuando corroboramos que nuestro hijo es agresivo, mal criado, mal educado o haragán.
“Se ha devaluado y degradado la idea de mérito, de que hemos de merecer algo en función de lo que hemos hecho para obtenerlo. Se ve claramente en la supresión de sanciones adecuadas en las escuelas. No se corrigen las faltas de ortografía o de gramática y la consecuencia está a la vista: los jóvenes no saben escribir ni leer, ni hablar, y circulan con un vocabulario paupérrimo. Casi puede afirmarse que hay un trabajo en contra de nuestro carácter de seres determinados por la cultura, una dimisión de la civilización, y cada vez se enfatiza más que seamos animales alegres, pero animales por fin `naturales’. Un ejemplo de ello es la pérdida de pudor, que sabemos tiene determinaciones históricas, cosa de la que se da prueba claramente en la televisión, que ha creado una cultura en la que mostrarlo todo está bien, burlarse y humillar al prójimo también”. (Diana Rabinovich, profesora titular de la Facultad de Psicología de la UBA.)

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